Tercera edad - Reflexión

LO QUE HUBO Y AUN PERDURA

A través del tiempo la ancianidad fue sinónimo de decisión. La acumulación de estudio y experiencia, con olvido y superación del declive físico, ubicaba la ancianidad en los campos del consejo y en los ámbitos de la decisión.

Ello era y aún hoy lo es, aunque disimuladamente, el recurso a una clase de edad como válida referente.

Los sanedrines de ayer dan paso a cúpulas políticas, financieras y económicas rayanas en la vejez, pero que en no pocas ocasiones constituyen el último estrato en la toma de decisiones. Basta repasar las cúpulas financieras, políticas y religiosas para ver que la edad media de sus líderes está en gran medida formada por hombres que transitan el último tercio de su peripecia vital.

Cierto es también que este hacer tiene como límite esencial, truncado e infranqueable, el de la senilidad decadente a la que todos estamos abocados por mor del incontestable aumento del tiempo de vida.

LO QUE HAY Y LO QUE VIENE

Con el precedente obligado de lo anteriormente dicho, es cierto que la aceleración de la actividad global y el amplio crecimiento de sistemas e instituciones afectan a la toma de decisiones, fuerza su urgencia y obliga a una creciente intervención y liderazgo de hombres más jóvenes y por ello más próximos a la revolución social que estamos viviendo.

Revolución cualitativa que tiene su origen en un progreso científico evidente aunque no exento de desarmonía.

El avance de la medicina en las patologías humanas resulta incuestionable aunque solo hasta un determinado momento

es paralelo con el ámbito de sus esencias intelectivas. A partir de una cierta edad ambos crecimientos divergen. La revolución de las telecomunicaciones, cuyo parangón en la inventiva humana es el fuego y la rueda, permite afirmar que nos encontramos ante un progreso cualitativo, que no evolutivo, en la historia de la civilización, máxime si tenemos en cuenta el ensamblaje de este avance con los también evidentes en los campos informáticos y robóticos. La futura fusión nuclear, fuente limpia de riqueza inagotable, de cuajarse, nos situará ante una óptica cuantitativamente incalculable si a tal hacer unimos el desarrollo del genoma humano.

Esta situación, objetivamente cambiante, no debe implicar contradicción entre las primeras líneas de decisión, proclives a una síntesis de rapidez y progreso y las técnicas de decantación (propias de quien tiene experiencia de vida) afincadas en la serenidad y en el contraste histórico.

Sin embargo, este horizonte, objetivamente halagüeño, contrasta con la observación de los campos de opulencia y los páramos de miseria, frutos del egoísmo y de la sempiterna mediocridad del hombre contra la cual no se ha encontrado medicamento.

Y este contraste también se da entre los distintos estadios de edad, caracterizados por una juventud que en líneas generales seanciana nos presenta como menos comprometida, una plenitud absorbente de su verdad, y una vejez de cuya esencia se huye por quedar los ancianos desvinculados del proceso de producción para el consumo y anclarse sus pensamientos en las aspiraciones del hombre a "ser", "seguir siendo" y no exclusivamente a "tener".

Este cuadro y esperpento obliga a una reestructuración de la ancianidad (en torno al quince por ciento de la población de los paises desarrollados es anciana), hacia una cultura propia, fruto de sus decisiones, con esencia en sí misma y no una mimética reproducción de las formas de ser típicas de otros momentos de la vida que ya han pasado y superado.

Por ello, y siendo la moda (en sentido estadístico) entre los ancianos el encontrarse con una economía de subsistencia, los principios de solidaridad y cohesión social obligan a proporcionar a esta masa creciente de población modos y soportes adecuados para un hacer propio. Un hacer decantador de ideas y de equilibrios en el fenómeno humano, retorno imputado a la sociedad para compensar los desembolsos que ésta realice en los antedichos medios y soportes.

DE LOS DICHOS A LOS HECHOS

Hemos de señalar la distinción entre seniles y jubilados y a este respecto, asumimos como cierta la definición que de estos conceptos hace icaep María Fericgla: "Mientras la senilidad es un proceso de deterioro físico-mental que no tiene un momento preciso de aparición y establece diferencias entre los individuos, la jubilación constituye una normativa cultural que homogeneíza a las personas a partir de una edad crono biológica fijada arbitrariamente".

Son claros los conceptos de este autor así como la mayoría de sus tesis al respecto y que, en esencia, son de asumir.

Y es sobre esta realidad sobre la que opera el proyecto que estamos realizando. Y es esta realidad la que obliga a no considerar, o al menos a no hacerlo exclusivamente, a los ancianos como objeto de marketing, sino como fuentes de equilibrio social en una primera etapa y acreedores de retribución social en el último estadio de sus vidas.

Y ello se hace pasando de las palabras a los hechos, y dándoles participación en su configuración como grupo social en la estructuración de sus soportes de vida y supervivencia. Es decir, abriéndoles caminos de influencia social más allá del periódico ejercicio del derecho al voto.

Por ello, en las actuaciones públicas y privadas en los dominios de la ancianidad hay que acomodar los principios básicos de eficacia a la peculiar situación y capacidad de ellos. Por tanto, en el ámbito empresarial, dentro del cual se inscribe este proyecto, la eficacia y eficiencia exigibles a toda empresa requieren matizaciones:

Los principios de actividad, rentabilidad y capitalización propios de toda empresa, requieren ser complementados con los de solidaridad y confianza en los destinatarios del hacer empresarial.

La obvia necesidad en toda empresa de una dirección capaz dentro de una organización adecuada, requiere la participación de los propios ancianos en mayor o menor medida, de una u otra forma, según sus capacidades, pues éstos no pueden ser objetos de comercio, sino partícipes en el hacer de la empresa.

Las formas de financiación no tienen por qué ser -al menos no necesariamente- ajenas a su participación a través de figuras jurídicas adecuadas.

A la definitiva, los medios en que viven los ancianos tienen que ser especialmente sensibles a su desarrollo personal en un primer estadio y al paulatino deterioro en una segunda etapa y a la ayuda profunda en los momentos finales, cuando los días se cuentan por meses y estos por años, ante la inexorable llegada de la muerte, cuya realidad en el momento actual en vez de ser acometida, se pretende ignorar.